Comentario
Los sucesos de 1968, tanto del mayo francés como de Checoslovaquia, dejaron importantes secuelas en la izquierda occidental a corto y medio plazos. Los partidos comunistas occidentales acentuaron su distanciamiento respecto de Moscú, particularmente el PCI - Partido Comunista de Italia- y el PCE -Partido Comunista de España-, dando lugar al eurocomunismo, que mediante la fórmula del compromiso histórico trataban, respectivamente, de abrir las puertas de un Gobierno con los democristianos en Italia y articular un amplio acuerdo político capaz de poner fin a la dictadura franquista, en España. La plena aceptación del marco democrático significaba la definitiva renuncia a la estrategia revolucionaria abierta por los bolcheviques en 1917; con ello no sólo se alejaban del modelo soviético también trataban de responder a las transformaciones acaecidas en las sociedades industrialmente avanzadas, mediante la teoría de la revolución científico-técnica. A pesar de ello, amplios sectores sociales comprometidos en los movimientos del 68 mostraron abiertamente sus recelos respecto de los partidos comunistas occidentales por la combinación de varios factores: la invasión de Checoslovaquia representó la definitiva ruptura con el modelo soviético para la "nueva izquierda"; mientras que las vacilaciones y tibieza, cuando no abierta hostilidad, con las revueltas del 68 de dichos partidos les alejaron de los grupos más comprometidos. A corto plazo, condujo a una reafirmación en los postulados del izquierdismo, basados generalmente en el marxismoleninismo, el trotskismo o el maoísmo. El fracaso de las revoluciones del 68 respondió, a juicio de los grupos izquierdistas, a la ausencia de una organización capaz de dirigir el proceso revolucionario, dada la "traición" de la izquierda tradicional. Por ello, la "tarea del momento" residía en construir el "partido de la revolución". En Francia, miembros de la disuelta Unión de Juventudes Comunistas (marxista-leninista) -UJC (ml)-, del "movimiento 22 de Marzo" y del movimiento estudiantil fundaron la Gauche Prolétarienne, que contó con las simpatías de Sartre y Maurice Clavel, hasta que el 25 de junio de 1970 fue prohibida por el Gobierno; los trotskistas se reorganizaron en la Ligue Communiste liderada por Alain Krivine, la Alliance des Jeunes pour le Socialisme (AJS) y Lutte Ouvriére respectivamente; en abril de 1973 aparecía, bajo la dirección de Sartre, el periódico Libération, que trataba de expresar las sensibilidades crecidas al calor del mayo del 68. En la República Federal de Alemania, la Oposición Extraparlamentaria (APO) y el SDS entraron en crisis tras el fin de las movilizaciones contra las leyes de excepción y el triunfo electoral del SPD en 1969, dando lugar a un proceso de disgregación sólo superado en los años ochenta con la aparición de los Verdes -Die Grünen-. En Italia, desde 1966 existía el PCI (m-1) de tendencia maoísta, al que se añadió la Unione dei Comunisti Italiani (marxisti-leninisti) desde 1968; pero la experiencia más interesante se remontaba a los Quaderni Rossi impulsados por Rainiero Panzieri, que dio lugar en 1964 a la revista Classe Operaia, de la que surgió el grupo Potere Operaio en 1967; en 1968 aparecía en Milán Avanguardia Operaia, animadora de los Comitati Unitari di Base (CUB), que se presento a las elecciones locales de 1975 en unión del PDUP bajo el nombre de Democrazia Proletaria; en Turín nació en 1969 Lotta Continua; finalmente, en 1969 un grupo de disidentes del PCI creó la revista II Manifesto, entre los que se encontraban Rossana Rossanda, Luigi Pintor, Massimo Caprara, Lucio Magri y Luciana Castellina. La nueva izquierda italiana de los años setenta fue la más sugerente y renovadora de los grupos surgidos tras las cenizas de las revueltas del 68, animando y, en muchos casos, anticipando los planteamientos de los nuevos movimientos sociales de los setenta y ochenta, como el feminismo, el ecologismo y el pacifismo. A medio plazo, el izquierdismo se reveló como un camino que miraba más hacia el pasado que hacia el futuro. Su fracaso se manifestó en la permanente fragmentación de unos grupos que difícilmente salían de la marginalidad política y social. La frustración de las esperanzas en el pronto estallido de la revolución llevó a algunos, influidos por la mitificación de las en el luchas guerrilleras del Tercer Mundo, a postular estrategias de guerrilla urbana que desembocaron en varios países en la formación de grupos terroristas, como las Brigadas Rojas en Italia o el RAF -fracción del ejército rojo- en la República Federal de Alemania, durante los años setenta. Mayo del 68 dejó tras de sí un poso ambivalente. En la década de los setenta, varios factores confluyeron en el declive temporal de las protestas que habían atravesado las "sociedades opulentas". De una parte, la derrota de las revueltas del 68, más aparente que real por lo que se refiere a determinados aspectos de los nuevos valores postmaterialistas de las que eran portadoras, provocó un reflujo de la dinámica de la protesta de los sesenta, manifestado en la progresiva marginalidad de los grupos herederos del 68. De otra, el cambio de las expectativas, fruto del estallido de la crisis de los setenta, que puso en cuestión el optimismo en un crecimiento sostenido a raíz de la publicación del primer informe del Club de Roma en 1972, bajo el paradigmático título Los límites del crecimiento. Un año más tarde la primera crisis del petróleo resquebrajaría la fe en un progreso material ilimitado, ofreciendo fuertes argumentos al incipiente movimiento ecologista.